¿Te has planteado para qué vivimos? Creo que todos vivimos para ser felices, para sentirnos bien en cada momento de la vida, para amar y que nos amen. Eso es lo que buscamos y lo que deseamos para nosotros y para cualquier persona que amamos: vivir y amar.

Para ello, tenemos que saber reconocer y dar espacio a nuestras emociones, aceptarlas y después, saberlas gestionar. Somos altamente imperfectos, forma parte de nuestra divinidad, y en esa imperfección divina también hay que hacerle espacio a los errores, los propios y los de otros.

Pensar, a diferencia de lo que creemos, es más emocional que racional. Para pensar y hacerlo bien, hay que aprender a detectar lo que sientes, también cuando te sientes mal. Esos momentos en los que en lugar de empezar a buscar culpables fuera, debemos mirar lo que ocurre dentro, porque lo que hay que cambiar es nuestra percepción.

Debemos aprender a pensar bien de uno mismo. Todas las personas necesitamos sabernos y sentirnos aceptados, reconocidos, valorados, queridos, respetados y ayudados, ya que por encima de cualquier otra cosa somos seres relacionales y emocionales.

Lo que no necesitamos es sentirnos cuestionados, aleccionados, reprochados e ignorados. Los pensamientos negativos hacia uno mismo y hacia otros son muy dañinos, por eso hay que mantener pensamientos de aceptación hacia uno mismo el máximo tiempo posible. Nuestro cerebro se modifica continuamente en base a aquello que hacemos, pensamos y sentimos.

Debemos aprender a pensar bien de lo otros, porque no existe el yo aislado ni la experiencia completamente personal sino que existimos en un mundo de constitución conjunta. Siempre estamos emergiendo de una relación, de la que no podemos salir. Incluso en nuestros momentos más privados nunca estamos solos. Además, el bienestar del planeta depende en gran medida de la manera en que podamos nutrir y proteger los procesos generativos de las relaciones.

Nuestro bienestar futuro depende de que coloquemos las relaciones en un lugar privilegiado de nuestros intereses, porque todo el significado surge de la acción coordinada y aquello que consideramos real y valioso depende del bienestar de nuestra relaciones.

Todos nacemos con la capacidad de tener y sentir emociones. Las emociones están constituidas por un estado fisiológico y una experiencia mental. Existe una diferencia entre la emoción y el sentimiento, la emoción es lo más elemental, es la reacción fisiológica a una vivencia breve pero intensa. El sentimiento, es un estado emocional, derivado de la emoción, a más largo plazo y con vivencias complejas y más duraderas.

Debemos aprender a amarnos porque somos como somos. Esta convicción vital nos aporta confianza en uno mismo y en el mundo. Esta convicción vital también nos posibilita amar a otros porque son como son, como dice una de las declaraciones de amor del cine: “Te quiero cuando tienes frío a 21 grados, te quiero cuando tardas una hora para pedir un bocadillo y adoro la arruga que se te forma encima de la nariz cuando me miras como si estuviera loco”.

Dejemos, pues, de proyector en nosotros lo que no somos y de proyectar en otros lo que tampoco son. Dejemos las proyecciones que nada tienen que ver con quien somos ni con las personas que nos rodean. El amor es lo único que da sentido a la vida.

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