De todas las señales de tráfico que vemos habitualmente, solo la señal de STOP tiene forma octogonal. Al parecer. La idea data de 1915, y una gran cantidad de países adoptaron la primera versión de esta señal, que indica que debemos detenernos.  ¿Se te ha ocurrido pensar por qué esta señal es diferente? La razón es sencilla, aunque no muy conocida: su figura única nos permite distinguirla cuando la vemos desde atrás, no de frente. También es identificable en situaciones de poca visibilidad climatológica o de noche.  No puede confundirse con otra señal.

Algo parecido nos pasa cuando la vida de pronto te manda un STOP. Te mire a la cara y te dice «para». Entonces, identificamos que algo no va como tendría que ir, y que hay que frenar. Da igual el formato. Puede ser un accidente. Un diagnóstico. Una pérdida. Un despido. Una noticia. Un cambio de rumbo. Un abandono. Un adiós. Un hola. Un silencio. Un grito.  Un llanto. Una distancia. Lo que sea, te hace despertar. Te pone frente al resto. Te sujeta y te impide avanzar. Y puedes sentir lo que quizá, antes, te pasó de largo y desapercibido. No siempre nos damos cuenta de manera inmediata, pero es octogonal y distinto a lo demás. Es el momento de parar.

Una situación de STOP permite darnos cuenta de tantas cosas: cómo lo urgente devoró lo importante, cómo lo importante no lo era tanto. El STOP obligatorio nos deja ver también aquello de lo que otros se dan cuenta, lo que pasa en ellos cuando nosotros paramos.  El sistema se tambalea, quizá porque el que siempre estuvo en «modo resolver» o en «modo decidir» no está, y alguien más tendrá que resolver o decidir. Lo que era primordial, dejó de serlo; lo que no podía esperar, esperó. Lo que era para mañana, ya no tenía mañana. Lo que era para «cuando tenga un rato», reaparece y saluda, como diciéndonos «hola, soy aquello que dejaste para cuando tuvieras tiempo. Aquí estoy».

Es necesario y recomendable vivir los STOPs de la vida con gratitud, analizar la importancia y el valor de estos momentos, que primero llegan con inquietud e incertidumbre, luego nos brindan paz y certeza. Siempre subyacen cosas buenas, descubrimientos, y aprendizaje en lo  que la vida va trayendo. Los colombianos no te preguntan cómo estás, te dicen «¿cómo te lleva la vida?». Y así es, porque la vida, en efecto, nos lleva; nosotros apenas vamos manejando lo que ocurre.  Y si no dedicamos tiempo a pensar en ello, no depuraremos la lección aprendida.

Tras un STOP se ve lo invisible: ahí está la emoción, la amistad, el cariño, la relatividad de los que pensamos que son nuestros proyectos vitales. Ahí está la forma de mirar lo que nos rodea, que de pronto se pone de otro color. Sale la comprensión, la calma, la indefensión. la indulgencia, el no-era-para-tanto. Aparecen como visibles personas y escenas que no habían sido relevantes. Bien, ya somos un poco más completos, pues podemos ver y sentir lo que no veíamos y sentíamos: cuánto queremos a alguien, cuánto sufrió otro alguien, cuánto nos importan algunas personas, qué peso somos para otros, qué lugar ocupamos en sus vidas, cuánto pesan ellos en las nuestras.

Que había alguien ahí para quien eras la clave. Que no eras ni tan prescincidible, ni tan imprescindible como creías. Que no basta con demostrar, a veces hay que decir. Que no siempre el que ignora es feliz. Que no solo tus palabras hablan, tus silencios dicen más aún. Que nos quieren como pueden, no como queremos que nos quieran.   Que somos nosotros quienes elegimos a quien queremos que nos quiera, y que no elegimos nuestra forma de querer, simplemente nos llega, se construye. Que la conexión con alguien está ahí, sucede cuando ese alguien necesita y valora la forma que tú tienes de querer. Que cuando estás en un STOP de pronto puedes ver a otros que también lo están, y sentirte muy cerca de ellos.

Pasan cosas que no queremos que pasen, y siempre, sin excepción, nos damos cuenta de que pasan por algo y en el momento oportuno. Dice la ley budista: «lo que sucedió fue la única cosa que pudo haber sucedido». Así es, deja de preguntarte por qué esto, por qué a ti, por qué justamente ahora. Casi siempre hay un porqué.  Y sobre todo, siempre hay un para qué. Dedica tu tiempo a esto, a encontrar el para qué. Eso te permite ver lo que de otra forma no ves, y poner sentido a los hechos. Qué bueno.

Por todo ello, con el tiempo, hay que dejar que entre la gratitud. Porque lo que va llegando, en forma de STOP, aunque al principio descoloque, permite comprender. Y después nada es igual porque somos un poco más completos, un poquito más conscientes.  Comprender duele y hace crecer, como las señales de STOP.

Dedicado a Susana y Joan, por el verano 2019.

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