«Muchas veces nos olvidamos de la suerte que tenemos de poder ir a la escuela»… es la frase inicial del documental «El camino a la escuela». La película sigue a niños de tres continentes y culturas muy diferentes en su viaje diario «hacia el conocimiento.»

En Kenia, Jackson y su hermana, que tienen que evitar a los elefantes en su recorrido diario de dos horas de ida y otras tantas de vuelta, en una fecha especial para Jackson, que ese día es responsable de izar la bandera. En Marruecos, Zahira y sus dos amigas, que viajan a través de las espectaculares montañas del Atlas durante unas cuatro horas todos los lunes y los viernes en su camino de ida y vuelta al internado. En la India, Samuel, cuya precaria silla de ruedas empujan sus hermanos durante más de una hora en cada sentido todos los días. Por último, en Argentina, Carlitos y su hermana, que cabalgan por Patagonia en el caballo de su padre durante unas tres horas cada día.

Todos ellos tienen en común el estar caminando en la dirección de sus sueños, hacia su oportunidad de convertirse en médicos, maestros, ingenieros… y de acceder a las oportunidades que sus padres nunca tuvieron. Por eso están alegres, vibrantes y listos para desafiar todas las dificultades.

Cuando vi este documental, que me conmovió hasta las lágrimas, no pude impedir sentir un agudo contraste entre la tenacidad y la esperanza de estos niños y la apatía de muchos niños occidentales -incluidos los que veo en las calles de Barcelona- a los que llevan a la escuela a regañadientes sus padres «quitanieves», sus abuelos, sus niñeras… y para quienes la escuela es muchas veces más una tarea que un placer y la Educación en la forma en que aún se concibe en muchas escuelas es considerada algo monótono.

¿Ha perdido su mística la Educación? ¿Por qué parece que estamos produciendo colectivamente en esta área clave resultados que nadie quiere? ¿Qué estamos haciendo mal que nuestros hijos no luchan por ir a la escuela?

Cuando trabajo con líderes de distintos sectores, a menudo tengo la oportunidad de ser testigo de la importancia del impacto que los buenos maestros han tenido en sus vidas. Esos buenos maestros se convierten en referentes, y aprovechan su oportunidad para hacer que sus alumnos se sientan «descubiertos», fuertes y capaz de realizar sus sueños. Yo tengo a los míos aún muy presentes en mi vida, y estoy segura de que si cierras los ojos, te vendrá la imagen de alguno de los tuyo… Así veo también a muchos de los maestros y profesores que vienen a los Programas de Educación Relacional que hacemos con mis colegas del Instituto. Tienen en común que se preocupan y que están intentando luchar para ser parte de la solución en un sistema sujeto a tantos desafíos que a veces parecería como si alguien estuviera tratando de destruirlo a propósito, a pesar de ser el medio más importante para construir un mejor futuro para muchos niños y el factor clave para promover la movilidad social. Uno podría preguntarse si en los países occidentales nos consideramos ya «graduados» de esa fase y por lo tanto no necesitáramos crear un mejor futuro para nadie.

Para aquellos de vosotros que estéis perdiendo la fe, os sugiero ver este documental de Pascal Plisson. Es posible que no encontréis una respuesta a los muchos males que afligen a nuestros sistemas de Educación… pero tal vez sí os sirva para reconectaros por un momento con la esperanza.

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