Después de un mes de escuchar, ver, recibir y padecer muchas recomendaciones sobre cómo afrontar el confinamiento, aprecio que, además del virus, aparece el SUPERYO con sus ideales; una corriente que empuja -añadiendo, probablemente, más sufrimiento a esta situación tan compleja- a lograr ser el/la confinado/a perfecto/a.

No soy una confinada perfecta ni lo quiero ser. Soy como soy; a veces, a mi pesar.

No hago la gimnasia, la meditación, el cuidado alimentario, la conexión interplanetaria, la serenidad, etcétera, etcétera. O sí. Solo hago lo que representa lo que soy: un ser humano viviendo una situación dura porque mucha gente muere, porque muchas personas lo pasan muy mal, porque no me gusta dejar de trabajar, porque añoro a mis hermanos y a mis amigos. Y por todo ello siento pena, rabia, impotencia, pereza, ganas de picotear chucherías, me anestesio con una serie de Netflix, me río, intento sacar lo mejor de mí misma; reconozco, disgustada, también lo peor. Intento convivir con todo ello.

Del reconocimiento de nuestra humanidad, compleja, luminosa y oscura, es de donde creo que puede venir el crecimiento individual y colectivo. Dándonos permiso para ser como somos, Para poder reconocernos cuando podamos abrazarnos, sin mascarillas emocionales. Solo somos humanos afrontando, con desiguales recursos, una situación incierta como lo somos nosotros mismos.

Tal vez para actuar con humildad, honestidad y generosidad, necesitamos serlos primero con nosotros mismos y con los demás.

Primero comprender, para poder reconocer y aceptar, y tal vez pronto actuar, cada cual desde lo que pueda, con afecto y autenticidad.

AUTORA: Toña Pou, psicóloga colaboradora del Instituto Relacional.

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