¡Cuántos niños he tatuado en mi vida!, fue la impactante exclamación espontánea de una educadora al escuchar las explicaciones sobre la capacidad de influir que tenemos en las otras personas con nuestras narraciones.

¿Qué vemos cuando miramos? ¿Qué mirada predominante utilizamos para valorar a las otras personas?

Podemos mirar lo que falta o valorar lo que se tiene, centrarnos en el error y la falta o en reconocer lo hecho y la capacidad de hacer.

¿Cómo podemos ver la alegría de un niño o niña desde nuestra tristeza? ¿Cómo podemos potenciar sus fortalezas desde nuestro sentimiento de falta?

Actuamos según lo que sentimos, si entramos en la escuela tristes, hablaremos desde la tristeza, si tenemos cansancio o alegría, haremos clases cansinas o alegres, y así también nos ocurre en casa, en el trabajo y con las amistades.

Las relaciones parten de reconocer al otro desde su singularidad en todas sus expresiones cognitivas, emocionales y relacionales.

Legitimar la singularidad es condición necesaria para que las niñas, niños y jóvenes legitimen a los padres y educadores para que sientan que les pueden acompañar en su camino de aprendizaje y socialización, sin tener que dejar de ser y hacer.

Somos lo que hemos incorporado como propio, de todas las historias que hemos oído sobre nosotros.

Nuestra narración subjetiva del niño, niña o joven, es el resultado de nuestra propia historia, de lo que consideramos bueno o malo, aceptable o inaceptable según las experiencias vividas y lo que previamente de nosotros han narrado otras personas.

Nuestras evaluaciones y descripciones de nuestros hijos o alumnos, no los definen, pero condicionaran su manera de relacionarse con nosotros, con los otros, en el ahora y en un futuro.

Evitemos el dominio de un único relato sobre que es un buen niño o niña, un buen o mal estudiante, determinado por unos niveles de conocimientos y comportamientos, fruto de un diseño curricular o de un estereotipo social heredado, alejado de intereses y formas de convivir de quienes tienen que conseguirlo.

Construyamos la relación mirando y viendo toda sus potencialidades y fortalezas, reconozcamos su singularidad, aceptemos y trabajemos juntos para que puedan construir su propio relato, desde la seguridad y la sensación de que en casa y en la escuela, pudo ser.

Dejemos de tatuar vidas.

Joan Quintana

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