La silla está dura, la cama blanda, la compra cara, la venta barata, el ordenador lento, la comida rápida, el sueldo corto, la semana larga, el incentivo bajo, el objetivo alto, la figura gorda, el menú flaco, el asiento estrecho, la chaqueta ancha, la película aburrida, la cerveza caliente, el café frío, la mente en blanco y el futuro negro. El ‘quejólico’ padece una enfermedad que consiste en la necesidad de producir queja hasta el punto de la dependencia física de la misma, manifestada a través de determinados síntomas de abstinencia cuando no le es posible su expresión. El ‘quejólico’ no tiene control sobre los límites de su consumo y suele ir elevando a lo largo del tiempo su grado de intolerancia vital.

Esta severa intoxicación de malestar expresado aumenta con dimensiones de pandemia. Exaspera comprobar cómo la machacona queja martillea insistente las conversaciones. La ironía de profundo contenido agresivo. La inexorable mirada al vacío en el vaso, la imperfección del cristal o la impureza del líquido elemento. La ilusión es ingenua y la crítica docta. En la evaluación, la sonrisa es estúpida, y la valoración, cuanto más dura más sabia. El entusiasmo devalúa a quien lo expresa.

Hasta el momento no existe una causa común conocida de esta adicción, aunque varios factores pueden desempeñar un papel importante en su desarrollo, y las evidencias muestran que quien tiene un padre, madre o pareja ‘quejólicos’ tiene mayor probabilidad de padecer esta enfermedad. No está comprobado que exista predisposición genética.

Otros factores asociados a este padecimiento son la necesidad de aliviar la ansiedad, conflicto en relaciones interpersonales, depresión, baja autoestima, facilidad para conseguir atención y aceptación social del consumo de quejas.

El efecto atractor de la queja en las conversaciones y el incomprensible prestigio intelectual de la crítica contrastan con el escepticismo frente a la ilusión y el desprestigio, también intelectual, de la euforia. Es sorprendente, pero está comprobado que se nos presenta como más listo quien critica y encuentra defectos que aquel que alaba y señala virtudes. Mantener un tono sonriente y vital, presentarse feliz y entusiasmado, expresar confianza y transmitir ilusión, nos hace perder enteros en la escala de la admiración intelectual.

Lejos de manifestarse avergonzados o arrepentidos, los ‘quejólicos’ disparan arrogantes sus quejas hacia el futuro, amenazan con sus futuras reflexiones y son contundentes a la hora de afirmar que hasta la más feliz de las noticias encubre una fatalidad que nos perjudica. A diferencia del pesimista que provoca rechazo, el ‘quejólico’ se socializa mucho mejor, incluso atrae adeptos.

El tratamiento del ‘quejólico’ se concreta en dos abordajes: a) Nutricional, con la ingesta sistemática de sonrisas, y b) Postural, elevando la mirada a un cielo generosamente azul. Existe, a su vez, un tercer abordaje de apoyo grupal que Will W. y DR. Bob emprendieron, en 1935, en Akron (Ohio), inicialmente focalizado en la adicción alcohólica. En nuestro caso se concreta con la creación de una equivalente comunidad terapéutica que reúne a sus acólitos desde el sincero reconocimiento y arrepentimiento iniciando sus sesiones con la declaración: “Soy Juan y soy ‘quejólico’”.

Foto: kaibara87 bajo licencia CC

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