Veo y escucho en televisión que una menor, de 16 años, ha sido violada en Rio de Janeiro por 33 hombres. Primero no lo puedo creer, después me da asco, después me imagino la vida impune de los 33 y la no-vida en adelante de esta niña-mujer. No hay límites, de ninguna clase.

Escucho también como una madre ha vendido su riñón para pagar las medicinas de su hijo enfermo. Y pienso cómo, de manera absurda, elige conservar algo, aunque ponga en riesgo lo esencial. Y se desdibujan los límites.

Trabajo con una organización donde, por distintas razones, la impunidad alcanza niveles desconocidos. Su máximo líder me pregunta: ¿qué puedo hacer?. Cualquier cosa que imponga límites, cualquier cosa excepto no hacer nada, resignarse. Eso nunca. Poner límites, aunque sean pequeños, aunque sean sutiles, dibújalos…

Leo en la prensa de ayer domingo que el amo de la pornografía en España organizaba sesiones en las que una chica hacia 100 felaciones por 450 euros. Cierro el periódico. No puedo seguir leyendo. ¿Qué demonios pasa? ¿De dónde salen estas chicas, estos clientes…?

Intento encontrar razones. El dinero aparece entre las primeras. El dinero a pequeña escala, a escala necesidad, a escala miedo, a escala ambición, y luego a escala poder y mega-ego. Ya se ha dicho e incluso se ha cantado de manera inmejorable “money makes the world go round”.

Al lado de algunos sucesos así, parece que hasta el desorden político, los pseudolíderes desnortados, la ausencia de gobierno y de gobernanza en el país, y los valores convertidos en armas nucleares light, son debates menores. Y si eso no es un asunto relevante, difícil será que lo sean la ética, los valores, o las personas.

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