Empiezas y no puedes parar. Una idea inicial, una experiencia, y te colocas delante del teclado. Entonces esa píldora inicial conecta con otra en la cabeza, y esa con otra más…Y piensas que quizá deberías retomar el contacto con alguien, o que sería el momento de releer aquel libro. El libro te trae a la memoria un lugar, y el lugar alimenta la idea inicial.

Sigues efervescente por dentro y aquello que habías pensado que tomaría una forma determinada, adquiere otra que te sorprende y desconcierta. La sorpresa te inspira aún más, y sigues adelante. Cuando estás a punto de desenlazar, desdoblas en tres aquello que te inspiró y continúas encontrando palabras, vienen solas, te retan a medida que aparecen en el teclado. Te desafían tus propias frases, es como si te miraran a los ojos y con insolencia de adolescente te dijeran: “eh, tú? Es que no puedes construirme mejor…? Soy una frase normalita, mediocre, a ver, púleme, anda…no me dejes así, no te conformes…”. Y así mejorar una línea significa cambiar el nivel de todo un relato, de manera que vuelves a plantear todo lo anterior. Bien, ahora está mejor…

Lo que tienes delante es apenas un embrión pero ya te ha hecho activar cuatro o cinco acciones de futuro, te ha colocado en primera línea de tu memoria una conversación pendiente, te ha obligado a abrir tres libros y ha desactivado tus planes de la tarde. No importa, porque compensa imaginar que alguien encontrará luz o consuelo o diversión o aprendizaje en lo que haces y por el camino habrás aprendido también tú, de ti mismo, la más importante de las lecciones: lo que llevas dentro y cómo comunicarlo. Casi podríamos decir que invitamos a otros a pensar y razonar en nuestra misma clave; creamos las condiciones para que otros puedan sentir y hacer como nosotros; buscamos el pensamiento hermano y con ello llega una pequeña sensación de bienestar, suave, no ruidosa, pero cálida.

La fuerza de los conceptos y las palabras, la emoción de compartirlo con desconocidos, la ficción de ser comprendido desde diferentes lugares que nunca visitarás, por personas a las que nunca verás pero con las que te relacionarás a través del texto; la satisfacción de poder recoger y ordenar el propio pensamiento y así confirmarlo; frases atascadas que te acompañan a dormir y te dan los buenos días; la pesada tarea de revisar una y otra vez y nunca quedar satisfecho, y acabar casi peleando con tu “creación”; el recuerdo que solo tú tendrás del porqué y para qué elegiste cada verbo y adjetivo y cómo construiste cada párrafo; lo mucho que costó encontrar la forma de terminar, con la frase justa, con el nivel necesario de intensidad y contundencia; la perspectiva del tiempo, que todo lo cambia; la admiración y la sorpresa de lo que queda finalmente, nunca parecido a lo inicialmente imaginado.

Todo eso es escribir.

0 comentarios

  1. Esther – valor seguro -, como siempre tan certera; como siempre pones por escrito lo que pienso; lo que me ocurre, lo que siento… cuando vuelva nacer, quiero ser Esther Trujillo. Besos

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que tengas la mejor experiencia como usuari@. Si deseas más información, puedes leer nuestra política de privacidad. ¿Aceptas su uso?

ACEPTAR
Aviso de cookies