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HACERSE HUECO EN LA CALLE: EL VÍNCULO COMO OPORTUNIDAD EDUCATIVA EN MEDIO ABIERTO

  • Foto del escritor: Pau Quintana
    Pau Quintana
  • 22 oct
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: hace 5 días

Imagen generada con inteligencia artificial.

Durante años he ejercido como educador social de calle, pisando plazas, esquinas, bancos y parques. Me he sentado en aceras, he escuchado conversaciones aparentemente triviales y he aprendido a leer los silencios.


Trabajar en medio abierto con adolescentes es hacerlo en un espacio que no es tuyo: es como jugar en campo contrario. No tienes las reglas de tu lado, ni ninguna autoridad asignada por el contexto. No eres una figura institucional reconocida, ni vienes avalado por un espacio formal. Eres alguien que se acerca con una intención, pero que no es identificado de entrada como alguien necesario. Y eso, aunque parezca una desventaja, esconde una gran oportunidad.


El vínculo educativo en medio abierto no se da por supuesto: se construye. Y se hace lentamente. Los adolescentes marcan el tempo, ponen a prueba tu lugar, te observan en silencio y, a menudo, te ponen límites. Pero cuando el encaje aparece, cuando el vínculo se establece desde la libertad y el reconocimiento mutuo, se convierte en una herramienta transformadora. Porque en este escenario sin jerarquías formales, el educador solo puede sostenerse desde la relación y la presencia.


Con el tiempo, he entendido que uno de los fundamentos más poderosos de esta tarea es la escucha sin juicios. Pero no es fácil. Requiere revisarnos como educadores, reconocer nuestras propias miradas condicionadas, las expectativas que proyectamos y la tendencia —incluso inconsciente— a querer corregir, interpretar o clasificar. Escuchar sin juzgar no es solo una actitud, sino una práctica exigente, que implica una renuncia: a la urgencia, a la respuesta inmediata, a la necesidad de tener razón. Es, en definitiva, una apuesta por la presencia sin condiciones, por la disponibilidad genuina ante el otro.


Aquí entra en juego el valor del reconocimiento. En un entorno de medio abierto, donde la norma a menudo no es explícita y donde el espacio educativo no está pautado, reconocer al otro implica acogerlo tal como es, sin condiciones. Como dice Mèlich¹ (2010), educar no es modelar sino “dejar ser”, sosteniendo la existencia del otro sin pretender redimirla.


Este “dejar ser” no es pasividad, sino un posicionamiento activo de escucha, de disponibilidad y de confianza. Es estar ahí sin exigir nada a cambio, ofreciendo presencia en lugar de prisa, mirada en lugar de directriz. Los vínculos que se generan en la calle pueden tardar en aparecer, porque requieren tiempo, constancia y un respeto profundo por los ritmos del otro. Pero cuando emergen, lo hacen sobre una base firme, ganada desde la confianza mutua, y tienen una fuerza y una durabilidad a menudo mucho mayores que en otros contextos educativos.


La educación en medio abierto nos recuerda que no hace falta tener un aula para educar, ni un título para ser reconocido. Hace falta, sobre todo, estar dispuesto a construir espacio relacional donde parece que no lo hay. Hacerse lugar sin invadir. Escuchar sin juzgar. Y mirar al otro, al adolescente, no como un proyecto que corregir, sino como un sujeto con sentido propio.


Finalmente, ¿cómo sería poner la relación en el centro también en espacios donde tradicionalmente dominan los procedimientos y las estructuras? ¿Qué oportunidades emergerían si las organizaciones acogieran la singularidad de cada persona como una riqueza y no como una excepción? ¿Es posible generar vínculos profundos en entornos donde el tiempo y la eficiencia son la norma?


Por PAU QUINTANA.


¹Mèlich, J. C. (2010). Filosofía de la finitud



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