GENERACIÓN C, CON C DE CONTRASTE
- Autor invitado
- 23 feb 2015
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 21 ago
Cuando empezó la crisis, ellos tenían unos diez años o quizá menos. Hacían vacaciones cada verano en bonitas casas rurales o bien se escapaban con sus padres a conocer otros países. Se acostumbraron a tener, con facilidad, ropa de marca y dispositivos tecnológicos de última generación. Al salir del colegio iban a diversas actividades extraescolares durante la semana y era frecuente hacer alguna comida en el restaurante durante el fin de semana. En función de sus preferencias muchos de ellos tenían mascotas en el jardín porque vivían en casas hipotecadas pero con jardín.
Podían ir a colegios concertados o públicos, una cuestión que dependía más de la postura ideológica de los padres que de su bolsillo. Porque los padres han sido personas implicadas de manera esforzada y comprometida con todo aquello que ha rodeado su infancia. Tanto, que a veces incluso se han olvidado de olvidarlos, se han olvidado de ellos mismos para hacer de sus hijos su mejor reflejo, tanto que incluso se han olvidado de dejarles caer o de dejarles equivocarse o de enseñarles a ir a comprar el pan.
Estos chicos y chicas hijos de la clase media de los felices años dos mil, han sido los primeros en convivir con aulas plenamente multiculturales y han contrastado como ninguna otra generación, los estereotipos culturales de unos y otros. Ellos nos han enseñado lo pesadas que eran las etiquetas y cómo nos ha costado gestionarlas, en determinados momentos, a los más mayores.
Los chicos y chicas de los felices años dos mil son la generación C. La generación C de contraste, la generación que el mundo adulto ha infantilizado más de la cuenta resolviendo todos sus pequeños tropiezos, sin dejarles lugar a vivir la frustración y a aprender a ser resilientes, la generación que de golpe se ha encontrado con un portazo en las narices cuando la fiesta se ha acabado. Ahora que ya tienen unos diecisiete años, muchos de estos jóvenes han visto perder el trabajo a sus padres, algunos han visto perder la casa con jardín y tener que deshacerse de su mascota porque en la casa de los abuelos que los acoge, no hay sitio. Algunos han visto cómo todo aquel mundo protegido en el que vivían se ha derrumbado bajo sus pies. Y les pedimos que lo entiendan y que se adapten a la nueva situación porque habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades.
Los jóvenes de la generación C, van a aulas el doble de llenas para lo que fueron ideadas, reciben informaciones y conocimientos a menudo muy alejados de su realidad y de sus necesidades. Se sienten muy presionados a decidir sobre su futuro y a no equivocarse porque si yerran no tendrán trabajo nunca jamás.
Querrían ser útiles pero no saben cómo. Muchos de ellos no saben de ideologías, ni de creencias ni saben imaginar nuevos mundos. Bueno, saben y conocen la teoría. En clase se lo han explicado, pero nunca nadie antes les ha enseñado a imaginar nuevas posibilidades, nuevas utopías. La generación C del contraste tendrá que espabilarse muy deprisa. Pocas generaciones habrán tenido que hacerlo de manera tan brusca. Ellos, que han sido la generación mejor cuidada de nuestra historia. Entre el sueño y la vigilia, algunos de nuestros chicos y chicas están despertando con el sonido de un mundo angustiado por los disparos de quienes mientras tanto han aprovechado el tiempo y han creado una realidad paralela que promete tener un lugar en el mundo, formar parte de una gran “familia” y la felicidad eterna. Mientras unos dormían confortados por la dulce protección, otros trabajaban para resquebrajar los cimientos de este mundo seguro. Y ahora estamos asustados, muy asustados por la fragilidad en la que hemos insertado a los jóvenes de la Generación C. Quizá alguno de ellos, incluso escuche los cantos de sirena y se deje arrastrar por aquel mundo tan parecido al de sus videojuegos con los que ha pasado tantas horas y con los que se ha sentido tan acompañado cuando la soledad le abrumaba.
Por TERESA TERRADES.



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