1. Clarita

Tras un año de dolorosa enfermedad, el padre de Clara falleció. Durante aquel tiempo, Clara, de seis años, fue apartada de la familia y puesta a cargo de unos tíos. Su única hermana, de dieciséis años, se quedó en la casa al lado de la madre presenciando el derrumbe que se avecinaba.

La pequeña no recordaba que nadie le hubiera contado lo de la enfermedad de su padre. Solo aprendió a reconocer que la salud del padre mejoraba o empeoraba según lo fuerte o débil del volumen de la radio de la casa de los tíos. Cuando el padre empeoraba la radio sonaba muy bajita.

Un buen día, la madre de Clara se presentó en casa de los tíos para recogerla. Lo primero que le dijo fue “nunca más volverás a ver a tu padre. Se ha ido al cielo”. Ella no podía recordar ninguna emoción ante esa frase, solo un fuerte dolor y el deseo de reunirse con su papá, no importaba donde estuviera.

Clara apenas reconoció a su madre. Sumergida en un dolor profundo, dejó de existir como madre a los 36 años, para convertirse durante años en una viuda con profundo dolor y  en duelo prolongado, luchando para sacar a las hijas adelante.

Antes de fallecer, el padre dio dos últimos mandatos. A la hermana de Clara le dijo: “cuida de tu madre”. A la madre, le dijo: “vive”.

Clarita cumplió seis años el mismo día que comenzó a ir a colegio. Curso tras curso, mientras crecía e iba pasando de nivel, solía escuchar a sus profesores esgrimiendo el mismo discurso una y otra vez: “siempre está en las nubes”, “se ausenta”; “no está atenta”; “no es capaz de aprender nada”; “es inteligente, pero no quiere o no le gusta trabajar”; “no tiene iniciativa”; “su comportamiento es malísimo…”. A veces, y para mayor vergüenza, esos comentarios se los decían a su madre en su propia presencia.

Durante años Clarita rememoraba esas palabras y  su memoria emocional (implícita)

fue construyendo un relato inconsciente de su memoria relacional. Sentía que era “defectuosa” desde el inicio.

La percepción de sus limitaciones, la falta de atención, los despistes, la sensación de no ser capaz de ser eficaz, el sentimiento de desamparo, fueron generando una memoria (de nuevo implícita) de vergüenza de quien era.

Ya de mayor, cuando Clara asistió a terapia , no recordaba prácticamente nada de su paso por la escuela. A duras penas a una amiga, o la cara de tres profesores, o una escena concreta con una profesora de Dibujo y las facciones  de una monja “que siempre estaba en la portería”. Aquella religiosa, menuda, muy viejita, se puso ante Clarita un día en el que se retrasaron a la hora de ir a recogerla. La monjita la agarró de la mano y le dijo “no te preocupes hija, que yo estoy aquí”.

Pasados los años, Clara podía recordar hasta el olor de aquella.

Tras diez años en el colegio, la memoria explícita de clara solo recordaba algunas escenas. Sin embargo, su memoria implícita  –la memoria de la emociones, sensaciones y la activadora de los patrones de acción– construía un mapa emocional que sustentaría su manera de interpretar el mundo y de relacionarse con él.

Hasta el momento de la enfermedad de su padre, el conocimiento relacional implícito de Clara era de seguridad. Pero aquello se hizo añicos y le causó a Clara lo que hoy denominaríamos como “estado de shock traumático”.

2. El Reconocimiento de la Memoria Relacional implícita

Las experiencias y vivencias relacionales construyen nuestro mapa emocional. Los vínculos seguros son determinantes para nuestra supervivencia y evolución sana e integral como personas.

A través de las relaciones aprendemos las formas de enfrentarnos emocionalmente a la vida, a evaluar y a tomar decisiones. Estamos genéticamente diseñados para activar nuestras emociones mediante las relaciones.

La vivencia que tenemos de nosotros mismos depende enormemente de nuestras circunstancias, es decir, del contexto relacional que nos rodea. Las relaciones conforman nuestra identidad con la que construimos lo que podemos o no sentir y pensar y que determinan nuestros patrones de comportament.

3. Acompañar desde el Reconocimiento

Conocimiento, comprensión emocional y reconocimiento

Conocer

Comprender   

Más allá del impacto de la muerte del padre, Clarita había perdido a su madre (el papel sostenedor de la madre) y a su hermana, la cual tuvo que poner su mirada en sostener, tanto como pudo, a la madre.

Todos los vínculos seguros que habían formado parte de su primera infancia habían desaparecido y ella sentía un desamparo profundo.

En una sesión, Clara me contaba que los sentimientos de “ser defectuosa” y la vergüenza profunda fueron apareciendo con el tiempo.

Con los años pudo percibir la impotencia de la madre ante los comentarios recurrentes de los profesores… “No hay nada que hacer con ella…” Esa era una música constante en su vida.

El estado de shock traumático de Clarita requeria la construcción de vínculos seguros, ser vista (ella, su contexto, sus vivencias), poder acompañarla a expresar y legitimar sus emociones y no solo en relación con el padre sino a su vivencia emocional fuera y dentro del colegio.

Comprender que su “estar en las nubes” era producto de un shock de todo el sistema y que solo el amor y las relaciones significativas podían paliar su dolor.

Reconocer

Devolverle la mejor imagen de ella misma, ayudarla a construir un relato que le permitiera tejer una memoria emocional implícita de amor y sustento.

Reconocer la necesidad de una relación segura, significativa, apreciativa de quien era y de cómo se sentía.

El reconocimiento no es solo un hecho valorativo, es algo que permite construir memorias relacionales que determinaran el ciclo vital de la persona.

Reflexión final

Los educadores tienen la maravillosa oportunidad de ser generadores de patrones de vínculos seguros y muchos de ellos se forman y trabajan desde esta comprensión profunda.

Reconocer como está construida la memoria de la experiencia relacional de cada uno de los alumnos es esencial para acompañarlos en su desarrollo vital como personas plenas.

Parece vital conocer, comprender y reconocer nuestra propia memoria relacional implícita y el impacto de esta tiene en nuestra vida, en nuestras formas relacionales y en las maneras de valorar las diferentes situaciones de la vida además del fuerte impacto en lo que denominamos patrones automáticos de comportamiento.

Este es uno de los principios básicos del Modelo de Transformación Relacional.

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