Todo se mueve; todo evoluciona. Todo cambia, nada permanece. La libertad es, hoy en día, algo redicamente diferente a lo que era hace 30 años. La confianza, ya casi ni sabemos lo que es…”Tener derecho a”, ya no significa lo mismo, ya no es garantía de nada. Una cosa es tenr derecho y otra poder ejercerlo… Desde que se aprobara la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948, las grandes corrientes que sacuden el mundo producen debates interesantes, algunos con resultados desiguales…. Veamos. Hoy por hoy en Occidente no entendemos la comunicación sin Internet. Pero ahí fuera hay gobiernos de algunos países de Oriente Medio y África que han limitado o censurado el acceso a la red por temor a que ésta pueda coadyuvar a la organización de protestas masivas y manifestaciones que amenacen su dominio (el síndrome del 15M..?) Este tipo de actitudes produjo un informe de denuncia a cargo de Frank La Rue, que lo ha elevado a la Décimo Séptima Reunión del Alto Comisionado. Resultado: el acceso a Internet se ha declarado como un derecho humano fundamental.

Otra lectura: releyendo la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948, y más allá del compromiso mayor o menor de los Estados con sus 30 artículos, resulta interesante poner perspectiva sobre los contenidos, con la visión del hoy. Nos detenemos por ejemplo en el artículo 16.3 que reza: La familia es el elemento natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a la protección de la sociedad y del Estado. Nos invita a  pararnos a pensar ¿qué entendemos por familia?.

Más adelante en el texto, en el artículo 25. 1  se afirma que toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios. ¿Acaso “necesario” significa lo mismo necesario en cada uno de los países que ratificaron la Declaración? Podríamos también adentrarnos en los artículos que aluden a los derechos de los niños, a la libertad de culto, o el derecho a la educación gratuita. Todo ello sin olvidar que son los Estados los que tienen la obligación de garantizar a los ciudadanos el ejercicio de estos derechos.

Otro hito interesante es la mención que hace la Declaración de la Independencia de los EEUU al derecho a la búsqueda de la felicidad. La felicidad – como la tierra– para el que la trabaja, parece indicarnos.  Más allá de un derecho, decía Oscar Wilde la primera obligación que tenemos es la de ser felices, y es para con nosotros mismos.

Pero ningún derecho, ninguna libertad, ninguna búsqueda de la felicidad puede ser ejercida ni abordada si a las personas no se les garantiza lo básico: que allá donde hayamos nacido, seamos quienes seamos, vivamos donde vivamos, a ningún ser humano debería negársele el derecho a un futuro. El derecho a mirar hacia delante, construir sus sueños, por poco ambiciosos que sean. Las grandes brechas que se abren en el mundo se traducen muchas veces en una desesperante ausencia de oportunidades para las personas, Muhammed Yunnus, por ejemplo, nos ha enseñado que las personas pobres sólo necesitan que se les de una oportunidad; que muchas no salen jamás de la pobreza porque nadie considera que merezcan una oportunidad.

Sin derecho a un futuro no se puede ejercer ninguna libertad, no tiene sentido sobrevivir, no hay mañana, no hay nada que pueda disfrutarse. No se puede negar a nadie la posibilidad de acceder a un futuro, sea cual sea, mejor o peor: estudiar, comer, trabajar, luchar por algo, hacer proyectos, tener una familia, una vivienda, ejercer su derecho al voto, disfrutar del sol o del descanso, llorar, correr o pasar hambre.

Miles de niños en el mundo son privados de la posibilidad de tener un futuro desde el momento en que no son registrados al nacer. No podrán acceder a la sanidad, a la educación ni a ninguno de los derechos básicos que les reconoce la Convención de los Derechos del Niño, la más ratificada de todas las Convenciones de Naciones Unidas. No existen. Pero también muchos adultos ven limitado su derecho a un futuro cuando se convierten en seres invisibles. La sociedad convierte a algunos colectivos en transparentes; creo que es peor ser transparente que invisible: la mirada y hasta el cuerpo atraviesa aquello que es transparente y se puede ver lo que hay detrás sin ver lo que hay delante. A nadie preocupa que futuro tendrán algunas personas, si es que acaso llegarán a tenerlo, porque vemos a través de ellas como vemos a través de un cristal sin ver el cristal.

No neguemos a nadie el derecho a construir un futuro, porque es una forma de impedir el ejercicio legítimo de su condición de persona sujeto de derechos. Derechos que con esfuerzo y tesón se han ido conquistando a lo largo de los años, y que sin un espacio temporal de futuro no podrán conquistarse ni ejercerse.

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