Hace unos días estaba yo hablando con una persona que va a tener que afrontar un cambio bastante radical en su mundo en los próximos meses. Había hecho todo un proceso de autoconvencimiento: total, es lo mejor; total, yo ya debería irme; total, ya no tengo mucho que aportar….

Así, iba construyendo argumentos que como finas capas pintura intentaban tapar todo lo que sentía llegar, todo su vértigo emocional frente a una situación nueva y desconocida para alguien ya cansado de pelear en el áspero mundo corporativo.

Y, al final, todo esto… ¿para qué? -se preguntaba, intentado dotar de sentido a unos años de esfuerzo que de pronto tocan a su fin.

El ser humano necesita, aunque a menudo no lo sepa, dar sentido a sus acciones y decisiones; necesita sentir que no fue en vano; necesita creer que, de alguna manera, su existencia tuvo impacto; y que en cierto modo, para algo, para alguien, trascendió. Por muy hostil que sea el entorno, en nuestro hacer siempre buscamos –aunque no seamos conscientes- trascender. Que todo cobre un sentido; mayor o menor, profundo o más superficial. Si no llega a tener sentido, casi es como que no ocurrió. Y nuestra memoria borra todo lo que nunca encontró sentido.

Ante el cierre de una etapa laboral o personal, es frecuente que el dolor, o la rabia, o el desconcierto, o el miedo, o la tristeza, nos impidan ver en qué se ha concretado nuestro pequeño legado. Sí que vemos con claridad la sensación de proyecto inacabado, y la desazón que produce; sí que notamos el cansancio de la lucha, que al ver el final de la etapa aflora con toda su fuerza; sí que contamos y recontamos las victorias y logros y todo lo que hemos conseguido… Hasta que por fin nos damos permiso para bajar la guardia, y sentimos el temor a ser olvidados para siempre, a que no haya tenido ningún sentido nuestro paso por allí.

En las conversaciones con las personas que están atravesando la fase de salida en un proyecto personal o profesional (o incluso de ambos a la vez, aún mucho más difícil…) todos coinciden en algo: separarse de personas que han llegado a tener una presencia tan intensa y cotidiana les produce un amargo vacío. Creemos que seremos rápidamente sustituidos y que perderemos los vínculos con las personas: pero el vacío real es el de la parte nuestra que se queda con ellos, y el asumir que, el que se va, no es el mismo que llegó, sino que deja una parte de sí y se lleva una parte de los demás. El propósito final de muchas de nuestras luchas relacionales diarias – llegamos a entender con el tiempo- es llenar una parte de nosotros, que suelen llenar otros, y dejar una parte nuestra en ellos.

Es por ello, ésta, una falsa sensación de ruptura y vacío, y es al tiempo una magnífica ocasión para comprobar la naturaleza y fortaleza del vínculo que se creó. De hecho, con tiempo, en realidad puede estar lleno de buenas noticias. La transición y el cambio nos hacen más completos; quien siempre estuvo en el mismo lugar con las mismas personas y la misma ocupación, suele acumular menor aprendizaje. Y es que a través de lo que nos pasa y de quien pasa por nuestras vidas, somos en realidad un mosaico de otros. Somos un poco o un mucho de cada uno de ellos. Entre todos van ayudándonos a hacernos, a enriquecernos. Puedes abrazar a cada uno de ellos cuando miras dentro de ti. Mucho se ha escrito de la amistad y de su valor, de sus historias, sabores y sinsabores; pero aquellos que nos confrontaron y nos cuestionaron también pueden ocupar un lugar dentro de nosotros. Extensiones de uno mismo.

Es esa la parte de nosotros la que hace a menudo de contrapeso; la que otros nos aportan. La que te enseña la verdad que no quieres ver. La que te recuerda tus miserias, comparte tu dolor, tus alegrías, triunfos y fracasos. Esas personas a las que un día diste tus mejores secretos, te siguen hablando. Personas que se van acomodando en pequeñas o medianas o grandes dosis, dentro de uno. De las que aprendimos algo importante. Que fueron una apuesta, doble o nada, con las que hubo lucha y encuentro. Que preguntan lo que no sabes responder. Que desde dentro de ti, te critican, te halagan, te cuestionan y te retan. Cuyo recuerdo te abriga con su presencia interior si tienes el alma destemplada y te recuerdan qué sentido tuvo estar allí, donde las conociste. Con quienes te enorgullece haber compartido una parte de tu vida. Lo que cada persona dejó en ti es una prueba más de que dos almas no se encuentran por casualidad. Los momentos mejores y los más amargos. Encuentros y despedidas. Todo ya compartido. Todo aún por compartir. De alguna manera trascendemos si hemos logrado ocupar un espacio en otros, si le hicimos sentir, o pensar, o sufrir; igual que otros trascienden cuando una parte de ellos se queda en nosotros.

En esta reflexión estaba cuando encontré a la hija de Desmond Tutu, el arzobispo y Premio Nobel de la Paz, hablando dela filosofía Ubuntu que su padre y su abuela le trasmitían. Ubuntu es una idea presente en la espiritualidad africana que se resume en una frase: somos a través de los otros. En la fuerza de esta filosofía está la esencia relacional de las personas, está el hecho de que todos estamos conectados, y que no podemos llegar a ser nosotros sin aquellos que nos rodean y con quienes estamos interactuando, y el bienestar del individuo está en el bienestar de los otros. Ubuntu[1] es, en definitiva, una regla ética sudafricana enfocada a la lealtad de las personas y las relaciones entre éstas. Me ha fascinado ver la cercanía con las bases del Modelo de Transformación Relacional.

Porque somos eso, al final: un poco de Patricia, un gesto de Juan, un mucho de Jose, una buena cantidad de Álvaro, una parte pequeña pero importante de Elena, una porción de Raúl, una cantidad considerable de Maria, una ración de Manolo, un buen hábito que nos contagió Carlos, una marca indeleble de Silvia, una huella profunda de Jaime, qué se yo, un enorme mosaico, una colcha de patchwork que encuentra la belleza en la mezcla, con los hilos y las costuras de padres, hermanos, abuelos, amigos, jefes, compañeros, vecinos y clientes.

Y ahí todo cobra un sentido: en haber sabido permanecer como una parte de los demás que siempre les acompañará, y ellos y ellas como una parte de ti que siempre irá contigo.

Esta es una buena respuesta: ¿quieres saber para qué sirvió tu paso por allí? Para llenar un hueco en la vida de un puñado de personas, y para dejar que algunas llenaran una parte de ti que había estado vacía hasta que las conociste. Para permanecer. Muchos años después, si lograste llenar algún vacío, permaneces. Permaneces en la gente como ellos permanecen en ti cuando las relaciones son sanas y poderosas. El dolor de la ruptura dura poco porque crees que pierdes a las personas, pero en realidad ganas, con la aparente distancia, una cercanía que no pudo ser antes, una cercanía que solo se alcanza con la distancia y el tiempo.

Piensa que el vértigo del cambio es pasajero, porque sales de cada etapa con un vacío menos, y dejas con tu salida un vacío menos en muchos de los que te conocieron. Trasciendes en los demás porque nunca antes de que tu llegaras conocieron a alguien como tú, nunca tuvieron las conversaciones que tuvieron contigo, nunca sintieron con otros lo que solo tú les hiciste sentir. Ni tú ni ellos seríais quienes sois sin el otro.  

[1] La palabra proviene de las lenguas zulú y xhosa. Así Hay varias traducciones posibles del término al español, las comunes son: «humanidad hacia otros», «soy porque nosotros somos», «una persona se hace humana a través de las otras personas», «una persona es persona en razón de las otras personas», «todo lo que es mio, es para todos», «yo soy lo que soy en función de lo que todos somos», «la creencia es un enlace universal de compartir que conecta a toda la humanidad», “humildad”, “empatía”.

Esta última es una definición más extensa y adecuada: una persona con ubuntu es abierta y está disponible para los demás, respalda a los demás, no se siente amenazado cuando otros son capaces y son buenos en algo, porque está seguro de sí mismo ya que sabe que pertenece a una gran totalidad, que se decrece cuando otras personas son humilladas o menospreciadas, cuando otros son torturados u oprimidos. Desmond Tutu (Wikipedia)

2 comentarios

  1. Querida Esther,

    No te puedes imaginar lo bien que me ha ido leer tu artículo, y el hartón de llorar y con su posterior paz interior que he sentido. Me encuentro en un momento de salto al vacío a nivel personal y profesional. Hoy me levanté triste porque, como tu muy bien describes, sentía el enorme vacío de la perdida de mis relaciones y por ende, de una gran parte de mi. El artículo me ha girado la tortilla emocional y me llevo «en realidad ganas con la falsa pèrdida de las personas, con la aparente distancia, ganas una cercanía que no pudo ser antes, ganas una cercanía que sólo se alcanza con la distancia y el tiempo». Gracias por hacerme sentir que es posible ganar relaciones en la distancia y sintiendo el vértigo.

    1. gracias Albita…bueno… para eso lo escribí, para ayudar a procesar ese tipo de despedidas…Me alegra que te haya dejado paz, y te doy las gracias de corazón por comentarlo. Al final, uno se da cuenta, como decía un gran escritos…: «escribir tan solo consiste en crear un contexto para que otros piensen…»
      Cariños.
      ET

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