Dicho de otra forma, no puedo más que insistir en la ya manida afirmación de que no estamos viviendo una crisis, sino una transformación social. Aunque justificada, la percepción inicial que vio en la caída económica nada más que un bache en el camino ha dejado hace tiempo de ser un mero percance bursátil.

Seguir pues vehementemente recortando, adelgazando no hace más que posponer, desde la negación de los hechos, la aceptación del fin de una época. La mejor forma de salir es no entrar, o sea, no comprar más la idea de crisis, ni tan sólo en la poética, y si se me permite algo demagógica afirmación, de que toda crisis es una oportunidad, por mucho japonés que lo declare.

Comprar esa idea de oportunidad, que cual ventana interestelar debe ser aprovechada ahora o nunca, no favorece una nueva forma de pensar sino que nuevamente nos estresa y acelera en la convicción de que más actividad o en su otro extremo más reflexión nos llevarán en volandas a un apacible futuro.

Ni crisis ni oportunidad, estamos asistiendo en primera fila al cambio social más importante desde la revolución francesa. Estamos presenciando el agrietamiento de un sistema que nos hizo vivir grandes momentos de bienestar y, por que no decirlo, de felicidad. Ese mundo se acabó, o mejor dicho ha empezado a acabarse. Una mirada desde finales de este siglo XXI verá en estos inicios una época revolucionaria donde, de forma no cruenta, se rompió con un pasado de décadas centrado en la concentración del poder en todas sus formas, económico, político, social etc.

El comunismo fue una buena idea de funesta aplicación y el capitalismo una mala idea a la que se le sacó un buen rendimiento. Pero eso fue en el siglo XX. En este el rumbo es otro, difícilmente se podía preveer que las herramientas asociadas a internet tendrían semejante impacto. Mucho menos intuir que nos llevarían a nuevas formas de convivencia.

Veamos las tres más evidentes, en primer lugar: la participación igualitaria, nuestra amiga red, con las limitaciones ligadas al acceso, nos ha traído la participación de “un teclado, una voz”, sin importar, edad, sexo, condición social, etc, eso si es diversidad. Gran diferencia con “una persona, un voto” pues comporta delegación de poder en lugar de expresión.

En segundo lugar, ha alimentado la solidaridad y la generosidad, vehiculizando la ayuda anónima y desinteresada. Emociona constatar que en cada ocasión en que alguien pide ayuda, sea esta para configurar una impresora o para pedir la liberación de presos, la respuesta sea inmediata.

Y en tercer lugar, la desdramatización del error. El mundo virtual permite como nunca anteriormente, el aprendizaje por ensayo error, pues este no tiene graves consecuencias ni costes. La generación que se está educando en estos valores, participación, solidaridad y aprendizaje sin miedo, nos va a llevar muy lejos.

Obviamente quienes asistimos al final de esta era no somos los más adecuados para liderar esta migración pues hasta el mismo sentido del liderazgo está cambiando. La red ha cuestionado el paradigma piramidal del poder en cualquiera de sus formatos.

La idea de que solo una minoría con acceso a información está legitimada para decidir sobre el resto. La práctica de que la delegación periódica cada cuatro años se ha mostrado caduca y evidencia serias consecuencias sobre quien se sabe vértice de esa pirámide. Una sencilla resta nos dice que contabilizando la abstención de quienes nos gobiernan apenas cuentan con el 13 por ciento de la ciudadanía a su favor.

Lo único que está en crisis pues es la moral que sustenta el poder actual en la medida que, cual bache en la carretera, ha entrado en un oscuro foso del que saldrá algo más adelante. Una cuestión aparece de inmediato. ¿Cómo será?

Aunque es pronto para contestar, se pueden avanzar tres características básicas:

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