En 1977, dos jóvenes contratados por la televisión alemana se paseaban por las calles de Cali, Colombia. Armados de una gran cámara de 16mm, director y camarógrafo interceptaban a personas que vivían allí, no los transeúntes, sino los mismos habitantes de la calle; hombres, mujeres, niñas y niños que eran tan parte del paisaje como un edificio. Así, al menos, lo concebían estos dos hombres, que causaron más de alguna sorpresa y molestia con cada ataque de su arma primermundista.

Lo que pocos sabían (y pocos entendieron luego), es que este desplante era parte de un guion fríamente calculado para llamar la atención sobre un fenómeno que poco a poco iba ganando terreno con la masificación de la televisión, algo que ellos mismos llamaron pornomiseria.

Espectacularización

La idea nació en un rodaje anterior cuando los creadores se toparon con Luis Alfonso Londoño. «Yo hacía el sonido y Mayolo la cámara, cuando escuché que alguien gritó ‘¡Ajá, con que agarrando pueblo!’. Ninguno de los dos había escuchado esa expresión, así que me acerqué a este hombre descalzo, muy flaco y de figura extraña para preguntarle por lo dicho y nos explicó: ‘es que aquí vienen todos los gringos a tomarnos fotos y a filmarnos y uno no sabe qué hacen con esas imágenes o a dónde van a parar’», contó en su tiempo Ospina.

Agarrando pueblo, nombre de este documental de ficción de Luis Ospina y Carlos Mayolo, fue concebido como una «crítica en forma de película» sobre los documentales que, en ese momento, se estaban realizando en América Latina. «La miseria se asume como OBJETO de análisis, haciéndose de ella interpretaciones de tipo falsamente sociológico y político, olvidando el real SUJETO, o sea el hombre dentro del cual se encuentra toda una carga subvertora y una gran potencialidad de cambio y de enfrentar sus propios problemas», dice su carta fundamental.

Así, la pornomiseria fue definida por estos jóvenes como un género naciente en el que se explota las necesidades de las personas. «Si la miseria le había servido al cine independiente como elemento de denuncia y análisis, el afán mercantilista la convirtió en válvula de escape del sistema mismo que la generó. Este afán de lucro no permitía un método que descubriera nuevas premisas para el análisis de la pobreza sino que, al contrario, creó esquemas demagógicos hasta convertirse en un género que podríamos llamar cine miserabilista o ‘porno-miseria’», explicaron.

Descontextualización y deshumanización

La fotografía se inventó a inicios del siglo XIX. El cine demoró solo algunas décadas y vio la luz a fines del mismo siglo. Ambas expresiones artísticas tuvieron su origen en Francia, el país que, en ese entonces, se repartía el mundo con Reino Unido. Una vez más, la imagen debía ser reflejo del poder y la superioridad. Así, l@s otr@s fueron relegados a un rol meramente ornamental, cuya aparición estaba condicionada a la necesidad de la persona retratada y no a su deseo de mostrar su verdad.

Lo lamentable es que esas antiguas formas de ver continúan determinándonos. En el caso particular de Europa, intentamos no hablar de aquella oscura etapa en que intervenimos la vida de otras naciones, pero lo cierto es que el colonialismo sigue igual de presente. Ser del norte o ser del sur del planeta NO ES LO MISMO.

Constantemente vemos cómo personas de Latinoamérica, África y Asia (tomen nota: un 86% de la población mundial, según cifras de la ONU) son simplificadas en la industria audiovisual a través de personajes que hablan o visten de manera «simpática», o simplemente descontextualizando con actores que no se corresponden a la realidad que intentan representar.

Situaciones que parecen tan inocentes nos hacen crear realidades en las que l@s otr@s «no están a nuestra altura», son seres indefensos que necesitan de nuestra ayuda para tener valor. Y ¿qué ayuda les prestamos? Las que nos parece necesaria a nosotr@s, no a ellas, no a ellos. Fue el caso de este gran esfuerzo que en 2014 (sí, pleno siglo XXI) revivió la canción humanitaria con un clásico: Do they know it’s Christmas? El video muestra (o perpetua) una sala llena de íconos del pop anglosajón que, lamentando la falta de nieve en África, cantan para que tú, mujer u hombre del hemisferio norte, alces tu copa por aquellas y aquellos que no tendrán una blanca Navidad. A nadie se le ocurrió que para responder la pregunta bastaba googlear. Y, claro, en un continente donde actualmente el 40% de población es musulmana y un 11% sigue religiones tradicionales, un buen porcentaje de personas no se entera cuando es Navidad y, la verdad, no les interesa.

Los deberes y derechos de la cámara

Así no es de extrañar la aparición de voluntarismos que se nutren de una alta dosis de espectacularidad. Voluntarismos que, lejos del anonimato y el bajo perfil, dan rienda suelta a todas las capacidades creativas y comunicativas que permiten hoy las redes sociales. Y vemos frente a la cámara (que ahora ya es de los móviles) a hombres y mujeres desplegando toda su solidaridad ante aquellas personas «desposeídas», sonriendo junto a esas personas que son tan diferentes y no tuvieron la «suerte» de vivir como nosotr@s. La tendencia ha escalado tan alto, que incluso ha generado contracampañas para destapar el verdadero sentido de estos viajes.

La cámara, a veces, confunde, porque estar delante o detrás de ella conlleva responsabilidades completamente distintas. Sobre todo cuando eres profesional. Aún muchas de las personas que se dedican a las comunicaciones olvidan que dar voz a un grupo determinado («dar pantalla», en jerga televisiva) es un deber. En cambio, se posicionan en verdaderos estrados donde cultivan el sagrado don de dar la palabra, como si fuesen representantes de alguna entidad divina.

Esa verticalidad entre retratista y retratad@, muy presente en los medios, también es causa de la simplificación de las personas, pues las mostramos en función de nuestro bagaje cultural y no el suyo. Olvidamos que nuestra incapacidad de comprender y empatizar nos hace encasillar y estigmatizar. Eso, con cámara de por medio, puede generar graves consecuencias, como la divulgación de un discurso homófobo disfrazado de liberal. ¿Dónde está el límite? Donde tú pongas la mirada.

Hay quienes piensan que una foto roba el alma y, por muy supersticioso que suene, su uso inadecuado puede ser peor que eso. La realidad es que la cámara (ya sea de fotos o vídeo) es una herramienta y, como tal, su función variará según el uso que le demos. Reconocer a la persona que retratamos no pasa por un click, sino por hacernos conscientes de lo que miramos y responsables de lo que vemos, porque la cámara no discrimina. De eso, solo sabemos nosotr@s.

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