Esta pandemia nos ha traído muchas cosas nuevas, y ha entrado en nuestros hábitos de relación para quedarse. Uno de los cambios positivos que percibo a mi alrededor está en la forma que tenemos de preguntar a las personas cómo están, y en la forma de escuchar sus respuestas.  Como si ahora nos importara más cómo está el otro, como si dedicáramos más tiempo a explicar cómo estamos nosotros y a querer ser escuchados. Como si estuviéramos, honestamente, interesados en comprender qué nos pasa, a nosotros mismos y a los demás.

Así, escuchamos relatos en los que las personas cuentan lo que han ido superando en los últimos meses, lo que han ido asumiendo económica, emocional y hasta físicamente. Cuentan lo que han descubierto acerca de sí mismos, de sus parejas, de sus hijos e hijas. Explican su situación laboral, la incertidumbre, los ERTEs o despidos, los planes truncados, los negocios en ruinas, los viajes cancelados. Narran los episodios más duros de la salud familiar, la pérdida de sus seres queridos o la milagrosa recuperación de alguna persona cercana. Lo que el confinamiento les trajo, ya sea armonía, caos, desesperación, paz, mucho o poco trabajo, modelos de convivencia distintos, a veces sorprendentemente mejores que los de antes. Y la pregunta sigue siendo: ¿cómo estás?

Los seres humanos nos empeñamos en no estar como quiera que estemos. Como si no tuviéramos suficiente con lidiar con lo que sentimos, emprendemos cada día la batalla de no estar así. ¿Cómo estás? es una pregunta que responde a un estado temporal. Es cómo estás, no como eres. Los angloparlantes tienen un solo verbo para ser y estar, por eso usan el verbo sentir, ¡qué interesante!  Estoy triste, estoy preocupada por la salud de mi madre, estoy agobiado por el negocio, o feliz por algo que ha ocurrido, o tranquilo, o enfadada por la política…y además (esto no lo explicamos casi nunca), aunque no me has preguntado, voy y te explico cómo estoy poniendo en marcha toda clase de estrategias para no estar como estoy.

Y esta es la forma que tenemos de consumir la leña que nos mantiene calentitos, cuando quizá está bien estar como estemos, por un tiempo.  No me refiero solo a un tema de regulación emocional, sino a un plano más práctico, más del día a día. Un amigo me decía hace unos días «estoy raro». Le pregunté por su familia: «también están raros»; y me interesé por el negocio, que andaba «raro» como él, me dijo. Le sugerí que se dejase estar, hablamos de permitirse andar un tiempo raro, o desconcertado, o triste, o poco comunicativo. Sin más. Sin consumir ninguna energía para no estar como uno esté.

Probablemente tiene que ver con el hecho de que las personas queremos siempre volver a lo conocido, a nuestro estado habitual. Nos incomoda estar de alguna manera que nos saca del guion, como si uno que es de natural positivo y alegre no pudiera tener días tristes, como si uno que es parlanchín no pudiera necesitar unos días de silencio. Además, tenemos ese pesado de juez interno que nos dice que no está bien estar enfadado, raro, o poco sociable; o que no deberíamos estar alegres mientras el mundo se desmorona.

justify-textParece mejor idea cuando preguntemos a otros cómo están, validar lo que nos digan y así vamos practicando para validarnos a nosotros mismos. Quizá podemos aprender a dejarnos estar y a dejar estar al otro donde quiera que esté. Y si está raro, que esté. Si está reconcentrado y meditabundo, pues bien.

En lugar de validar, muchas veces, recomendamos al otro incluso cambiar de estado, como si existiera un mando a distancia solo para esto:

—Estoy nervioso porque mañana empiezo un proyecto nuevo y, bueno…

—Pues no estés nervioso, si no pasa nada. ¡Es solo un proyecto!

O escuchamos «no estés triste, qué bobada, eso se pasa enseguida, la semana que viene ni te acuerdas» cuando uno no se siente con fuerzas ni de acabar el día de hoy.  O quizá «no te enfades, si total, no tiene arreglo».

Ese es el tipo de consuelo que a veces ofrecemos: «no sientas eso». Es como decirle a alguien: «¡pero hombre, a quien se le ocurre medir 1.76, mide menos y listo!» Sigamos interesándonos, pero de verdad, por cómo están los demás y escuchándoles, por cómo estamos nosotros mismos y escuchándonos. Validemos sus emociones, sus sentimientos, y los nuestros. Sin juicios, sin recomendaciones de cambio. Dejémonos estar y sentir.

Un comentario

  1. Maravilloso artículo, sencillo en su explicación y es que muchas veces nos complicamos mucho la vida para acompañar a otro y para acompañarnos a nosotros mismos.

    Precioso.

    Enhorabuena.

    Marco

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